Título: VIAJE A ARCTURUS
Autor: DAVID LINDSAY
Editorial: DEFAUSTA
Páginas: 373
Traducción: Susana Prieto Mori
“Viaje a Arcturus no
se comprende, se experimenta”, lo dice la editora, Susana Prieto Mori en su
carta introductoria y no hay mejor frase para resumir una obra como esta.
A la hora de enfrentarse a la obra de David Lindsay hay que
tener claro que no es para todos los lectores. Es un libro duro, complicado,
más de conceptos abstractos que de narraciones clásicas. Podemos meterlo en el
saco de la ciencia ficción dura pero eso dejaría de lado gran parte de la
novela ya que, aunque tiene planetas extraños, seres extraterrestres,
mutaciones y reglas físicas propias, su gran valor reside en los diálogos
filosóficos y teológicos que contiene. Así pues, viendo las dificultades que
presenta el catalogarla y hablar de ella, podemos hacernos una idea de la
complejidad que encierran sus páginas.
No, no es una obra para todo el mundo y mucho menos para
aquellos que buscan conocerlo todo y coleccionan respuestas. Lindsay te tira a
la cara preguntas complejas, algunas tanto que solo su comprensión ya es
enormemente dificultosa y cuya respuesta es tan voluble que cuando crees que la
tienes desaparece. Haciendo un ejercicio de imaginación, Viaje a Arcturus es el equivalente a tener un cubo de arena fina,
de esa que se escapa entre los dedos al cogerla, y con ella tratar de
explicarle a alguien que no ha visto el mar lo que es una playa.
Lindsay escribió esta epopeya en 1920, recién llegado de la
Primera Guerra Mundial, “la guerra que acabaría con todas las guerras”. Como ha
demostrado la historia, no fue así, el pesimismo de la época, tan gris como claustrofóbico,
se desprende de su obra con idéntico resultado. Parece haber una estructura
circular en Viaje a Arcturus, un
viaje que nunca acaba, un ciclo más que un final, una vuelta al comienzo con
nuevos desgraciados encerrados en el camino que Lindsay ya ha tomado y cuyo
desenlace ya conoce. No hay salida, el viaje te transforma y no dejas de recorrerlo
nunca, lo único que cambia eres tú, viajero primero, guía después y quién sabe
si enemigo llegado el caso. Lo que está claro es que el destino no tiene
importancia, ni la velocidad a la que lo recorres, no compites contra otros, te
desafías a ti mismo y toda sensación de victoria es una ilusión.
A medida que pasaba las páginas en compañía de Maskull esa
sensación no me ha abandonado, la ilusión, entendida como la falsa apariencia
de algo. Veía lo que las vívidas descripciones de Lindsay me arrojaban a la
mente, pero sabía que había algo más insondable en el fondo, ¿el qué? Debo ser
sincero, no lo sé. Es algo parecido a lo que le ocurre a Maskull durante su
periplo por Tormance, periplo que bien podemos entender casi como una
penitencia y en el que las ilusiones están tan presentes como ocultas en la
tríada de personajes que parecen luchar por mover sus hilos: Krag, Cristalino y
Surtur. ¿Dónde acaba uno y empieza otro? Parece haber dos entidades bien
diferenciadas, a veces Dios y Demonio, a veces justo a la inversa, es Maskull
quien lo ve de una forma u otra según avanza y lo mismo nos ocurre a nosotros,
porque no nos engañemos, Maskull es el que camina pero nosotros recorremos su misma
senda.
Hay toda una lista de personajes que se cruzan en el camino
de Maskull. Seres tan extraños como intrigantes, con órganos inverosímiles cuya
función vamos descubriendo a medida que nuestro protagonista los experimenta en
sus propias carnes. Son seres con mentalidades y comportamientos tan dispares
que resultan chocantes al mismo tiempo que siempre parecen saber más de lo que
dicen. Los diálogos que Maskull tiene con ellos son los puntos más relevantes
de la novela y tratan todos los temas que la razón humana se ha planteado desde
el inicio de la filosofía, algunos más profundamente y en cuyo interés centra
la narración el autor. Hay un cierto tono de condescendencia hacia Maskull en
los primeros diálogos, como un niño que no sabe andar y pregunta como echar a
correr, pero esto cambia a medida que Maskull madura y crece su conocimiento
del mundo, tanto que al final parece ser él que lleva la voz cantante de los
diálogos.
No me alargaré más. Viaje
a Arcturus tampoco lo necesita. No es una obra que requiera de análisis de
ningún tipo. Tratar de comprenderla por completo solo estropearía su función.
Se debe saborear, dejarse llevar, permitir que te arrastre en su viaje y al
final, con suerte, te dejará un poso capaz de tenerte varios días pensando en
lo que acabas de leer.
Solo quiero añadir un reconocimiento enorme a Susana Prieto
Mori, editora de Defausta Editorial y traductora, tanto de la obra como de la
introducción de Alan Moore, algo que sé de buena mano, le ha supuesto todo un
reto y cuyo resultado es un ejemplo de labor de traducción. No dejéis de lado
el texto introductorio de Alan Moore porque vale casi tanto como novela.
Viaje a Arcturus.
Un imprescindible para el público que pide retos y quiere dar un paso más allá
de la comodidad, un público ávido de arenas movedizas, entendimientos apenas
vislumbrados y explicaciones tan opacas como innecesarias.
Muy interesante. Cuando leí la reseña de Maria también me creo intringulis y curiosidad, y tu has conseguido lo mismo. Me van los retos lectores, no me gusta que me den las respuestas de todo si no me hace falta y estoy preparado para disfrutar. A la lista que se viene :)
ResponderEliminarEs un libro distinto a todo, ya te aviso. Un gran reto pero yo por lo menos lo he disfrutado una barbaridad. Olvídate de tramas lineales y prepárate para diálogos de los que te dejan la mente a cero.
EliminarUn abrazo
Nos leemos^^