O de cómo un premio Nobel de literatura se convirtió en el viejo verde más soez y ordinario del panorama de las letras en español.
Cuando el otro día me prestaron Cinco esquinas, la nueva novela de Vargas Llosa me acerqué a ella como siempre me acerco al escritor peruano: con profunda devoción.
No es que sea de mis autores preferidos, pero siempre que lo he leído me he quedado si no maravillada como en el caso de La casa verde o Cartas a un joven novelista, sí tremendamente satisfecha por el gusto que produce su prosa. Además esa tendencia galdosiana a hacer que sus personajes se paseen recurrentemente por diferentes novelas (incluso llegando a sus obras de teatro) siempre me ha parecido algo muy loable.
Pero este no ha sido ni remotamente el caso de Cinco esquinas.
La mismita cara se me quedó a mí al acabar el libro. |
La acción de la obra se sitúa en la Lima del régimen de Fujimori y comienza con una tórrida escena en la que dos amigas, Marisa y Chabelita, que duermen juntas y cuyos maridos son amigos entre sí, de buenas a primeras y sin mediar palabra inician una relación sexual en medio de la noche.
No es que Mario Vargas Llosa se quiera subir ahora al carro de la lucha LGBT, porque ya en La chunga su protagonista es una mujer abiertamente lesbiana, pero estos episodios de amor homoerótico que acaban llegando casi incluso al poliamor al final de la obra, no aportan absolutamente nada al argumento principal y verdaderamente interesante: la manipulación que ejercen en los medios el poder militar en los periodos dictatoriales.
Obviando esta relación entre mujeres, que como ya hemos dicho es más masturbación textual del autor que transcendente para el argumento, la otra línea textual orbita en torno al marido de Marisa, Quique, ingeniero y empresario limeño que sufre el chantaje del director de la revista Destapes (una versión peruana de la Interviú) después de que éste encuentre unas comprometedoras fotos de una orgía a la que el ingeniero asistió algunos años atrás.
La historia, truculenta ya en sí, se ve aderezada por más encuentros sexuales de dudosísimo buen gusto, como el que tiene lugar en la cárcel. Cualquiera que haya leído al peruano sabe que su lenguaje en muchas ocasiones es crudo, pero en esta novela cruza la frontera y se convierte en soez y hasta repulsivo. Tenemos, por ejemplo, la ocasión de leer cosas como «Déjame chuparte, amor. Quiero tragarme tus juguitos» y otras lindezas semejantes (terrorífico me parece que esa frase trate de imitar el lenguaje de cualquier ser humano del último siglo)
Pero no todo es malo. Es una novela corta, que se lee bastante rápido, bien maquetada, con una portada bonita y sin erratas.
Chico, Mario, algo es algo.
La novela se beneficia de la situación actual del escritor, muy presente en los medios amarillistas por su relación con cierta aficionada filipina a los Ferrero Rocher de cuyo nombre no quiero acordarme, y ha venido acompañada de una polémica considerable que hará que, con seguridad, se venda estupendamente. Pero no nos engañemos, Cinco esquinas es una obra tan menor y tan poco a la altura de su producción anterior (hay momentos de la novela en los que simplemente es imposible encontrar el antes fascinante estilo de Vargas Llosa) que casi sería mejor que cayera de inmediato en el olvido.
Seguro que ese olvido y su correspondiente perdón por estos 20 euros gastados en 314 páginas deleznables llegará algún día. Total, ya casi hemos perdonado a García Márquez por Memorias de mis putas tristes.
-Merytos Propios
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